lunes, noviembre 21, 2011

Dibujos Condensados


Qué me importa morir mil veces en tus labios, si he de revivir mil y un veces en ellos…













                         *Diseño tomado de una imagen de Victoria Francés.  

sábado, noviembre 05, 2011

Conversaciones (de Charly) con Carlos …


-          Charly, ¿cómo la recuerdas hoy 2 de Noviembre de 2011?
-          Carlos, la recuerdo como si hubiese sido un vilano que, volando en el viento, vino a posarse entre mis manos. Que algo tenía que aprender de Ella, que era necesario que las cosas fuesen como fueron para poder madurar, y que comiencen a decantar todas aquellas cuestiones sin sentido que, durante años, moraban en mi alma. “Que mis miedos sientan temor”. Así la recuerdo, como el recuerdo de algo que fue, que lo disfruté, que lo sonreí, que lo lloré un sinfín de veces, que la cuestión parecía ser un espiral sin comienzo y sin final, que todo siempre terminaba en donde acababa de comenzar… Y después de todo, o después de nada quizá, ahora sé que Ella, sólo fue la vida misma… Así la recuerdo, Carlos…

jueves, septiembre 22, 2011

En las luces ajenas de una madrugada

La Luna me miraba desde afuera. Yo la miraba desde adentro. Desde adentro de mi alma más que nada. Porque estaba de pie, frente a ella, de espaldas a Ti, que dormías plácidamente como toda persona común a esas horas de la madrugada. El aire por esas horas, por esas latitudes, se mezclaba con los perfumes dulces de azahares tardíos y de jazmines insomnes. La noche estaba calma, tranquila, mansa, silenciosa; mi alma era todo lo contrario.

Siempre supe que esto transitaría por los mismos caminos de siempre. ¿Por qué esta vez habría de ser diferente? ¿Por qué? No tenía por qué ser diferente esta vez. Y no me sentía a gusto por ello. Sobre todo no me sentía a gusto por Ti. ¿Por qué habías tenido que pasar por esto? ¿Por qué aun seguías pasando por esto cada día? ¿Por qué simplemente no escapé, como siempre lo había hecho hasta aquel entonces? ¿Por qué? ¿Por qué tenías que ser Ella durmiendo con una sonrisa en tu rostro, cuando sólo eras Tú durmiendo con una sonrisa en tu rostro? Extrapolando… ¿esto sería así siempre? La noche no me daba respuestas a todas esas preguntas, en realidad, siquiera a alguna de ellas.

De repente sentí tus labios rozando mi espalda, mis hombros. Tus manos se enredaban en mí, tu alma me abrazaba. La mía quería escapar con lágrimas en las manos, con los ojos rojos, irritados de tanta falacia sentimental. “En un ventanal azul se ven los ojos de este amor”… “¿Tuviste una pesadilla?” No, no…”¿Tienes sed?” Tampoco. “¿Soy yo?” Creo que esta vez, como cada vez, soy yo queriendo que Tú seas Ella. Aunque, quizá deseaba, por una sola vez - ¡una sola! – ser otro yo para Ti, que siempre encontrabas asilo en mis brazos deshechos, en mis venas deshilachadas, en ese par de ojos que te miraban sin ver, en ese par de manos – siempre, siempre – frías. Hubiera roto los vidrios de la ventana, quizá sólo para ver mis nudillos sangrar, en un intento de pseudo expiación… Y en voz baja, casi en silencio – más que nada para oírme yo mismo – te hubiese preguntado ¿por qué aun sigues en esa cama, cada noche, en cada amanecer, en cada desayuno?

“Lo que haces, lo pagarás”. Ya lo sé, le dije, mi amor. Pero mejor hacer, que pensar y pensar.” ¿Es que acaso siempre será así, de esta forma? “No lo sé, pero ven, regresa a la cama, que hasta el más idiota merece un poco de calor”. Y volví…qué más me quedaba por hacer a esas horas de la noche. “I’m just a sucker with no self esteem “

jueves, septiembre 08, 2011

Dibujos Condensados...


Ella metaforizaba (¿?) con el papel, creyendo que esa grulla sería una fiel imagen de su alma errante. Creía que esa imagen de papel era el más fiel reflejo de su alma. De esa alma que hoy estaba y que mañana, quizá no... De ese sommier deshecho que dejó tras de si...

viernes, agosto 26, 2011

Ella no era Ella. ¿Y yo, era Yo?

Tus manos corrían algunos cabellos, que impulsados por quizá sus propios deseo, estaban posados en la comisura de tus labios – y no los culpo, porque los entiendo; yo haría lo mismo – Perdón. Sus manos. Aún creo ella es Ella.

Los mismos gestos en su rostro; la misma sonrisa que ilumina a las personas. Pero ella no era Ella. Creí que me era imposible recordar su rostro, hasta que la vi, creyendo que ella era Ella. Pero ella no era Ella. Sus mismos ojos marrones, cristalinos, húmedos de vida y poco amor, cegados quizá por el recuerdo de todo lo que es, por todo lo que no fue. Esos ojos que creían que, después de todo, todo es nada. Que todo termina siendo la suma algebraica de momentos que dan por resultado nada.

Las mejillas rosadas de tanto sentimiento arraigado al deseo etéreo, de tantos recuerdos friccionados contra el pecho. Y contra la cara interna de los párpados. “Me tatuaría tu rostro dentro de mis párpados para verte cada noche al dormir”. Quizá ella, que no era Ella, estaba pensando en ello. O seguramente no. Porque fue Ella quien lo dijo, no ella.

Podía escuchar su corazón latir acalambrado, exhausto de tanto latido abatido, ahogado en lo salado de lágrimas estériles, abotagado de tanta vena sangrante. Pudiendo entender que tapar y callar nunca resuelve nada, pero se camufla como la mejor solución posible. Escapar. Ella no era ella.

“No sé quién pueda comprobar si todo es una foto”. No sé. Pero ese momento era una foto. Sentada ella, o Ella, no sé. Sentado yo. Enfrentados ambos. Vernos sin sentirnos. Los dos pares de ojos buscando otros dos pares de ojos. Pero encontrando nada, como siempre.

Tengo la seguridad que ella, no queriendo serlo, era Ella.

domingo, julio 31, 2011

Lapidando Puertas

Aquí sentado me pregunto si es tiempo de ir a visitarla. Bah, “visitarla”. Realmente no recuerdo cuándo fue la última vez que estuve hablándole, contándole cosas que ni si quiera sé si le interesa escuchar. No puedo decir si fue hace un año, algunos meses, o simplemente ayer cuando fue la última vez que fui hacia allá. O quizá recién acabo de regresar de allí. Siempre le llevo flores; lirios naranjas sobre todo. Aunque bien sé que no hacen más que hacerse polvo de firmamento. dust in the wind, all they are is dust in the wind

De cualquier manera siempre ensayo mi plática, a pesar de que sé que nunca me dice nada. Ni un sí, ni un no, a veces sólo una leve, pero muy leve, brisa que yo interpreto según mis propias ansias. Esta vez voy a decirle que mis estudios van hacia adelante, que paso muchas horas de cada día entre montes de hojas y reacciones de caracterización, que en el Laboratorio de Orgánica I me rio bastante cuando estamos los “jóvenes”, que aprendí a cocinar nuevos alimentos, que cambié mi dieta por una más natural, que poco a poco abandono la costumbre de comer carne pero que no deseo ser vegetariano, que este otoño viene fresco y nublado. Quizá también podría contarle que mi guitarra ya no está afónica y que vibra maravillosamente en cada nota, que el único deporte que realizo es el de subir a diario esas escaleras caracol que me llevan al lavadero, y…y que muchas mañanas siento el irrefrenable deseo de clamarle por algo de cariño, que desde que por primera vez vi sus ojos siento ganas de contarle al oído que deseo algo de su calor, “que hasta el más idiota merece algo de calor”Pero jamás le hables a una mujer de otra mujer, me dijo aquel pibe. Sin embargo, ya no soporto más.

Con las flores entre las manos, quedé a punto de entrar al cementerio. Iba decidido a visitarla, pero no lo hice. Observé esa entrada lúgubremente húmeda y desolada, y recordé aquello que decía mi Madre: “hay que dejar que los muertos descansen en paz”. Y me dieron ganas de escapar y correr. Y escapé. Y corrí.

Golpeé dos veces a su puerta. Esperé algunos segundos más de los que me llevó golpear a su puerta. Ella abrió. Y me arrodillé, y puse mi cara en su ombligo, y la abracé. Pude sentir ese calor que calma sin quemar. Y algunas lágrimas escaparon de mis ojos. Y le rogué, le supliqué entre sollozos que sintiera algo de pena por mí. Que algo de compasión debía existir en su alma…

Y Ella suavemente me preguntó por qué había tardado tanto en golpear…

jueves, julio 07, 2011

La cama más pequeña del mundo

Quisiera tener

la cama más pequeña del mundo

para que la única manera de dormir,

cada noche,

sea abrazado a tu cuerpo.

domingo, junio 05, 2011

De cuestiones lapidarias

“Porque de ésta vida nada esperé, y por coherencia, he partido a buscar lo que, justamente, no quise quedarme esperarlo.”

El Sol ha hecho de la cúspide de la bóveda celeste su hogar, ha elegido ese lugar quizá por algo de vanidad, ya que todos los que estamos aquí no estamos para verlo a él, tampoco para verla a Ella, en un sentido literal. Estamos aquí por Ella, pero no para ver a Ella.

Son estos momentos en los que la mente comienza como a tener voluntad propia, y resuelve comenzar a revolver en cajones etéreos en busca de esos recuerdos que se fueron acumulando, y clasificando algunos con un cierto criterio arbitrario, y a otros, clasificándolos con un criterio consensuado entre el alma y la razón. Y así vuelvo sobre mis pasos pasados y pisados, y puedo verla llegar, acercarse a la mesa que yo ocupaba. Viene con esa sonrisa tan translúcida, tan propia de Ella, con un cierto aire de picardía disimulada por diversión. Y con un beso rápido, pero bien profundo e intenso, me saludas y te sientas enfrente mío. Tus ojos vivos, tan llenos de luz se posan en los míos, y me parece que después de esa mirada, ya nada volverá a ser como lo era antes. Para mucha gente le es difícil creer que una mujer tan llena de luz y de vida se entusiasmara en charlar en torno a la muerte, y no tan en torno porque la abordaba con toda pasión. Es casi creer que a Ella la muerte le diera vida. Su rostro, sin más adornos que unas mejillas siempre sonrojadas, unos labios tersos y rosados, gesticula al compás de sus palabras que prácticamente terminan conformando un cuasi monólogo porque me dedico a escucharla y asentir en silencio. Hasta que dice: “que realmente no espero nada de la vida. Y para ser coherente conmigo misma, eso implica que si no espero nada de la vida tampoco debería esperar la muerte, considerando que la muerte es parte de la vida”. Ya el ovillo comenzaba mostrar su cabo, ya comenzaban a desentrelazarse los hechos. Ciertamente era medio desconcertante verla hablar de la muerte con tanta luz y vida. Ciertamente. Este es el último café que la veré tomar.

Y salimos a caminar por las calles y a mirar el retorno del Sol hacia sus aposentos nocturnos. Juntos caminamos por muchas calles, nos detuvimos enfrente de muchas luminosas vidrieras, aunque tanta luz quedaba opacada por tanta vida. Así y todo, me rehusaba a aceptar que Ella se iría hacia quien sabe dónde, buscando eso que solamente Ella sabía qué era. También me rehusé a preguntarle si lo que yo pienso es lo que Ella ya decidió o si quizá yo me equivoqué. Así caminamos hasta llegar a estar parados enfrentes de la puerta de entrada de su casa. Y es aquí en donde a todo lo veo muy lejano y debo cambiar los tiempos verbales hacia los pasados. Porque si bien esos fueron los últimos minutos que la vi, en ese momento es como si ya hubiera dejado de verla, como si Ella ya se hubiese ido. Cuando traté de hilvanar alguna frase medianamente coherente y di muestras de quererla expresar, Ella posó un dedo en mis labios y luego los besó. Lágrimas se entregaron a las leyes de Newton y se abandonaron en mis mejillas. Ella tomó algunas y las guardó en una de sus manos. Dijo algo así como que “eran el mejor regalo que podía ofrecerle porque las lágrimas son una especie de mezcla líquida de sinceridad, y algo de amor”. Y tenía razón. Giró y abrió la puerta que la llevaría a su decisión. Cuando se hubo cerrado me di cuenta que la puerta era negra, quizá como si tratara de dar una especie de veredicto. O de presagio. Qué se yo. Y ahí parece que los recuerdos se traspapelaron.

Ahora me veo de pie aquí, en este día hermosamente soleado. Parado en enfrente de la lápida en la que Ella decidió escribir:

“Porque de ésta vida nada esperé, y por coherencia, he partido a buscar lo que, justamente, no quise quedarme esperarlo.”

Por las dudas, la leo en voz baja, porque las grandes ideas encuentran fácilmente asilo en mí, y acabo de recordar que de Ella me despedí con un “hasta luego”…