domingo, julio 31, 2011

Lapidando Puertas

Aquí sentado me pregunto si es tiempo de ir a visitarla. Bah, “visitarla”. Realmente no recuerdo cuándo fue la última vez que estuve hablándole, contándole cosas que ni si quiera sé si le interesa escuchar. No puedo decir si fue hace un año, algunos meses, o simplemente ayer cuando fue la última vez que fui hacia allá. O quizá recién acabo de regresar de allí. Siempre le llevo flores; lirios naranjas sobre todo. Aunque bien sé que no hacen más que hacerse polvo de firmamento. dust in the wind, all they are is dust in the wind

De cualquier manera siempre ensayo mi plática, a pesar de que sé que nunca me dice nada. Ni un sí, ni un no, a veces sólo una leve, pero muy leve, brisa que yo interpreto según mis propias ansias. Esta vez voy a decirle que mis estudios van hacia adelante, que paso muchas horas de cada día entre montes de hojas y reacciones de caracterización, que en el Laboratorio de Orgánica I me rio bastante cuando estamos los “jóvenes”, que aprendí a cocinar nuevos alimentos, que cambié mi dieta por una más natural, que poco a poco abandono la costumbre de comer carne pero que no deseo ser vegetariano, que este otoño viene fresco y nublado. Quizá también podría contarle que mi guitarra ya no está afónica y que vibra maravillosamente en cada nota, que el único deporte que realizo es el de subir a diario esas escaleras caracol que me llevan al lavadero, y…y que muchas mañanas siento el irrefrenable deseo de clamarle por algo de cariño, que desde que por primera vez vi sus ojos siento ganas de contarle al oído que deseo algo de su calor, “que hasta el más idiota merece algo de calor”Pero jamás le hables a una mujer de otra mujer, me dijo aquel pibe. Sin embargo, ya no soporto más.

Con las flores entre las manos, quedé a punto de entrar al cementerio. Iba decidido a visitarla, pero no lo hice. Observé esa entrada lúgubremente húmeda y desolada, y recordé aquello que decía mi Madre: “hay que dejar que los muertos descansen en paz”. Y me dieron ganas de escapar y correr. Y escapé. Y corrí.

Golpeé dos veces a su puerta. Esperé algunos segundos más de los que me llevó golpear a su puerta. Ella abrió. Y me arrodillé, y puse mi cara en su ombligo, y la abracé. Pude sentir ese calor que calma sin quemar. Y algunas lágrimas escaparon de mis ojos. Y le rogué, le supliqué entre sollozos que sintiera algo de pena por mí. Que algo de compasión debía existir en su alma…

Y Ella suavemente me preguntó por qué había tardado tanto en golpear…

jueves, julio 07, 2011

La cama más pequeña del mundo

Quisiera tener

la cama más pequeña del mundo

para que la única manera de dormir,

cada noche,

sea abrazado a tu cuerpo.