domingo, marzo 09, 2014

Fragmentos de un Sueño

Los 4 hombres caminábamos hacia aquel restaurante, desconocido, en esa calle luminosa, tremendamente luminosa, pero más desconocida aun. Mi Hermano se detuvo en la misma puerta del local, luego de haber subido unos cuantos escalones. Yo venía conversando con aquel señor de edad, que no recuerdo saber exactamente quién era. Le pregunté si llamaban “El Campito” a aquel complejo de canchitas de fútbol del que me hablaba, a lo que me respondió con una negativa, que en aquella época  su nombre no era “El Campito”. Fue en ese momento que mi Hermano, de pie en la entrada, dijo: “Era mejor en esos años, porque uno jugaba y, salvo por Maradona o Pelé, uno creía que era el jugador que todos se peleaban por tener en su equipo”… Mi padre, de pie a mi izquierda, hizo un gesto ruidoso, que sonó a sarcasmo. Pero en mí, algo se había roto; y todo se había disociado, como si un fino velo que había cubierto  mis ojos hubiese sido atravesado por una hoja metálica plateada y filosa, y empezara a rasgarse en un ensordecedor grito silencioso y hubiera dejado expuesta esa verdad escondida, hasta entonces. Y comencé a comprender, las piezas empezaban a encajar, las aristas antes distantes se unían perfectamente, en un proceso de auto ensamblaje del que yo mismo no tenía incidencia, del que solamente era un mudo espectador. La niñez nos abandona, y la adultez nos llega, cuando empezamos a dejar de creer que somos el héroe de nuestra propia existencia.
El despertador gritó. Lo siguió haciendo. Me quedé algunos momentos en mi cama; pensando, pensando, pensando en lo que había soñado, en lo que se me había revelado. La madrugada estaba en su zénit, en su apogeo. Curiosamente, una tranquilidad inusual me había dominado por completo. Apagué el despertador, sabiendo lo que tenía que hacer: prender la computadora y sentarme a escribir.