viernes, julio 20, 2012

Luz


Te miro. Te miro en esta mañana. Tu dormida, quizá viajando por universos nuevos y magníficos. Yo mirando la forma en la que respiras, sin sonidos, con calma, y deseando ser ese aire que por un momento vivió dentro de ti. Miro tus ojos, cómo ellos apenas se mueven, quizá porque saben que los miro y se sonrojan. Miro tus labios rosados, en los que se dibuja una mueca neutra. Miro la luz que entra por aquella ventana, y se cuela por entre la cortina, bañando cada parte de tu piel, mezclándose con el aire y haciendo que brille en una caricia tornasolada. Y así te miro, por un tiempo que pierde su esencia, y se resbala por entre las sábanas, y de nuestras manos. Y no puedo contener el deseo de pasar una mano sobre los cabellos que reposan sobre tus mejillas. Y entonces, suavemente, te mueves y abres una vez los ojos. Y sonríes. Y los cierras, porque aun la luz es demasiado brillante. Los abres nuevamente, y mirándome buscas los míos, espejos de los tuyos. Entonces vuelves a cerrarlos, y respiras con fuerza y te mueves aún un poco más. Y para entonces, yo cierro mis ojos, esperando que caigas de boca sobre mi boca. Y cuando la oscuridad ya ha alzado la voz de la victoria, siento tus labios, y ya todo cobra sentido. Y puedo verlo. Y es en ese instante, en que Tú te vuelves luz, en esa luz al final del túnel. Del oscuro y gótico túnel…   

miércoles, julio 11, 2012

Versos al éter


Mírame a los ojos, mírame fijo.
Martilla tu mirada contra la mía.
Y entonces, suelta las palabras, las letras, las sílabas.
Escúpeme, escúpeme todas sensaciones que callaste,
todas las palabras que escondiste por vergüenza,
por vergüenza de aceptar que tu vida era poesía,
que era caricias condensadas.
Y abofetéame en la mejilla,
con todos los dedos que siempre escondiste.
Y te diré lo que siempre creí, aquello que nos mantuvo en pie:
que siempre todo fue poesía, palabras acarameladas, viscosas,
oxígeno del fuego, combustible de las almas;
nacidas para ser consumidas sin reparos, sin remordimientos, sin cautela.
Porque de este mundo nos vamos y sólo ellas quedan:
nuestras palabras.