martes, noviembre 13, 2012

Solamente yo mismo.


Podría inventar, o mejor dicho, encadenar palabras unas con otras, darles un sentido metafórico, que sean mieles para tus oídos, pero que de ninguna manera dejen de ser simples utopías. Podría, sí, soy capaz de decirte bien cerca de tu oído que viajaría a la Luna, robaría un trocito de ella misma y lo traería para que cada vez que la mires sepas que estuve ahí por Ti. O podría decirte que en tus ojos, el Sol brilla como en ninguna otra parte. O quizá, que si vez, un día cualquiera, que una abeja se enreda en tus cabellos es porque son más dulces que el néctar que puede libar de cualquier flor. Que mi corazón late porque el tuyo lo hace, y juntos entonan un ritmo plácido que más que a sístole y diástole suena a campanas de cristal bajo la luz que penetra en algún mar olvidado del Edén. Y la lista podría continuar con algunas frases más.
Podría prometerte que serás el amor de mi vida. Que toda mi vida es tuya, que mi vida está en tus manos. Que juntos vamos a construir una vida llena de alegrías, como el canto de un quetupí. Que juntos podríamos buscar perlas de luz en las noches más calurosas de esta ciudad gris, y en las más frías, darnos calor con melodías suaves y sencillas cantadas al unísono al abrigo de la luz tenue de nuestro cuarto.
Podría. Pudiese. Puedo. No serían más que mentiras escondidas bajo las sedas de palabras dulces, tiernas, que ocultan la simiente de algo que nunca dará una flor.
Porque prefiero, sencillamente, decirte que soy éste que vez delante de Ti. Temblando, nervioso, de manos heladas y ojos tristes. Que no tengo casas para ofrecerte; que quizá no viajemos demasiado lejos; que autos no me gustan manejar; que normalmente hablo mucho menos de lo que pienso; que algunos miedos se enquistaron y son inmunes a mis embates de canciones de aliento y lecturas de motivación; que la química me seduce. Que sólo tengo este par de brazos a los que les puedes pedir que te abracen cuando lo desees; que este par de manos ansían enredarse en tus cabellos, desordenarlos, para luego disfrutar acariciarlos; que solamente puedo llegar a ser este par de labios que desean morir posándose en los tuyos; que sólo soy este cuerpo en el que puedes encontrar calor cuando lo necesites. Que después de todo, solamente soy un par de manos que escriben lo que un par de labios no se animan a decir.


* El texto lo escribí hace más de un año (figura en el archivo de Word con fecha del 1º de Agosto de 2011). Sabrá Dios pensando (o sintiendo a quién) lo habré escrito jaja. Lo presento a falta de algo más novedoso :P 

sábado, septiembre 29, 2012

Vidrio y Rayuela


Y de repente se encontró queriendo abstraerse de todo y de todas las cosas, detrás de esos ojos marrones (¿acaso delatores?); querer traspasar el vidrio, pero hacia atrás, sin que atrás sea volver porque nunca estuvo de ese lado del vidrio, porque siempre estuvo de espaldas al vidrio. Dejarse envolver, con fuerza de puños apretados al cielo, por una realidad densa, como un ectoplasma húmedo, mohoso, casi inmundo, que ahogue sus palabras y las retenga, y luego las diluya hasta hacerlas nada. Porque se dio cuenta de que estaba lleno de esa basura de vida feliz, de buscar algo que nunca nadie, pero nadie, le supo definir (a él, que su mente todo buscaba definir), influenciado por esa corriente posmoderna (¿acaso posmoderna?) de buscar los límites, sólo para darse cuenta que detrás de ellos siempre existe un vacío sin sistemas solares, sin estrellas. Y que además, su Rayuela se iba desdibujando día tras día, la tiza arrancada del suelo por la brisa de los “tiempos mo-der-nos”, y así fue perdiendo esa capacidad de sentirse Horacio, de estar sentado al borde de la ventana (porque muchas veces estuvo sentado al borde la ventana, por eso conocía tan bien la sensación), de dejarse… y paf se acabó.
El despertador gritó que ya era hora de levantarse y volver a la realidad, a esta realidad. 

domingo, septiembre 09, 2012

Trasmontaña.


Trasmontaña. Una palabra que para el común de los tucumanos (los que vivimos en la provincia de Tucumán, Argentina) es mínimamente conocida. Como lo era para mí (soy tucumano), hasta hace apenas unos días atrás. Y hoy, Trasmontaña significa muchas cosas, muchísimas. Todas emociones, sensaciones…
Técnicamente, el Trasmontaña es un rally de mountain bike de a parejas, de punto a punto. Son 45km de tierra, barros, ríos con poco agua, senderos, raíces, todo entre 700 y 1400 msnm. Pero eso es técnicamente. El Trasmontaña para mí es otra cosa.
El Trasmontaña es pedalear cansado viendo la rueda de mi amigo-compañero, escuchando decirme “¿Venís bien? “ Y, decir “sí” aunque a las piernas apenas las sienta. Porque eso es el Trasmontaña. Es pedalear porque tu compañero está tan cansado, o más, que vos y sin embargo, sigue adelante. Tu compañero es el que te espera, te alienta, te da las fuerzas que él mismo no tiene. El que en su cara las dudas no aparecen. El que tiene la vista puesta en llegar, como sea, pero siempre pedaleando hacia adelante.
Y llegás, ves aquel arco con la palabra “Llegada”, ahí arriba, y te parece que si levantás la mano lo tocás… Y  la gente que no te conoce, que se acerca a esperar a los suyos por llegar te alienta, te aplauden, sonríen, te saludan… Y escuchas a los que sentís tuyos, a los que fueron a apoyarte, a decirte “te veo en la llegada”, los que cuando te vieron pasar te gritaban “¡vamos que venís bien!”. Y te olvidás del cansancio, del hermoso dolor, del calor, del sudor. Y te acercás a tu compañero en su bici y lo buscás para pasar bajo ese bendito arco junto a él. Y lo pasás. Y llegaste.
Y todo el mundo, todo el universo, toda tu vida en ese momento, ES ESE MOMENTO. Buscar a tu compañero para abrazarlo, para decirle “Gracias”. Y sentir que el tiempo ya no existe, ni el cansancio, ni el sudor, ni alguna herida…
El Trasmontaña es eso: un momento que escapa del tiempo para quedar por siempre lacrado en lo más hondo de tu alma.

¡Gracias David por estar siempre conmigo y por haberme dado fuerzas todo el tiempo!
¡Gracias a Enrique, a Camilla, a Isolda, a Ezequiel, a Facu, a Flopy!
¡Gracias a Todos los que en la carrera dieron una palabra que fue importante para llegar a la meta!

viernes, julio 20, 2012

Luz


Te miro. Te miro en esta mañana. Tu dormida, quizá viajando por universos nuevos y magníficos. Yo mirando la forma en la que respiras, sin sonidos, con calma, y deseando ser ese aire que por un momento vivió dentro de ti. Miro tus ojos, cómo ellos apenas se mueven, quizá porque saben que los miro y se sonrojan. Miro tus labios rosados, en los que se dibuja una mueca neutra. Miro la luz que entra por aquella ventana, y se cuela por entre la cortina, bañando cada parte de tu piel, mezclándose con el aire y haciendo que brille en una caricia tornasolada. Y así te miro, por un tiempo que pierde su esencia, y se resbala por entre las sábanas, y de nuestras manos. Y no puedo contener el deseo de pasar una mano sobre los cabellos que reposan sobre tus mejillas. Y entonces, suavemente, te mueves y abres una vez los ojos. Y sonríes. Y los cierras, porque aun la luz es demasiado brillante. Los abres nuevamente, y mirándome buscas los míos, espejos de los tuyos. Entonces vuelves a cerrarlos, y respiras con fuerza y te mueves aún un poco más. Y para entonces, yo cierro mis ojos, esperando que caigas de boca sobre mi boca. Y cuando la oscuridad ya ha alzado la voz de la victoria, siento tus labios, y ya todo cobra sentido. Y puedo verlo. Y es en ese instante, en que Tú te vuelves luz, en esa luz al final del túnel. Del oscuro y gótico túnel…   

miércoles, julio 11, 2012

Versos al éter


Mírame a los ojos, mírame fijo.
Martilla tu mirada contra la mía.
Y entonces, suelta las palabras, las letras, las sílabas.
Escúpeme, escúpeme todas sensaciones que callaste,
todas las palabras que escondiste por vergüenza,
por vergüenza de aceptar que tu vida era poesía,
que era caricias condensadas.
Y abofetéame en la mejilla,
con todos los dedos que siempre escondiste.
Y te diré lo que siempre creí, aquello que nos mantuvo en pie:
que siempre todo fue poesía, palabras acarameladas, viscosas,
oxígeno del fuego, combustible de las almas;
nacidas para ser consumidas sin reparos, sin remordimientos, sin cautela.
Porque de este mundo nos vamos y sólo ellas quedan:
nuestras palabras.

miércoles, mayo 30, 2012


G
olpeó la puerta exactamente cuando el reloj mostraba las 6:23 AM, y lentamente la abrió. El pasillo en tinieblas a esa hora resaltaba aún más su forma de ser y de estar ese lunes. “Lunes, porqué el Lunes no se llama Osvaldo, Marcelo, Cronopio o Mentol, qué se yo… Porqué el Lunes se tiene que llamar Lunes…” Yo apenas sonreí a la ocurrencia de pensar en el porqué de los nombres de los días, cuestión más de una vez meditada, y que siempre, pero siempre, terminaba con aquel mismo “queseyo”. Esa forma sonora, dulcemente sonora, de entrar hacía ver que, después de todo, ese Lunes comenzaba como todo buen Lunes. “Lunes sin Luna en esta ciudad que a todos nos devora”. Pero hay té caliente, algunas tostadas, mermelada de manzana y ganas de reír un poco, le dije. Caminó hasta donde la esperaba con aquel desayuno tibio y desperezado, haciendo ruido en el piso con sus zapatos negros de tacos aguja. Cuando le comenté que con aquellos zapatos no podría caminar sobre las nubes, dada la poca superficie de apoyo que incrementaría enormemente la presión, y que las nubes, justamente, no soportan demasiada presión (gracias cátedra de Física I), me respondió “que hoy no tengo pensado despegarme del suelo, pero de todas formas, siempre habría una segunda nube, debajo de la primera, que podría detener la caída”. Y lo dijo convencida. Y me pregunté, pero sin levantar la voz, cuándo fue que perdí esa capacidad de inventar nubes, abejas, lanas de colores extravagantes, teorías amorfas, pero dulces al fin, y cosas por el estilo. “Cuando rehusaste a creer que la vida es un camino sólo de ida”, me dijo. Y tomé algo de té, mirando cómo sus ojos se encendían bajo la luz amarilla. Le dije que me gustaba cómo sus labios de amoldaban al color rojo carmín que llevaban encima, y respondió que “es el color del corazón, y que hoy, amanecí con el corazón entre los labios.” Y una sonrisa desvergonzada se dibujaba en ellos…

miércoles, abril 11, 2012

A little rain never hurts no one…


Llueve. Las gotas despliegan todo su concierto sobre el techo metálico (aluminio para ser exacto): un concierto monótono, consistente en un solo sonido parco. “Las gotas suelen doler a veces”, pienso y me encojo de hombros. El agua esta fría. Pero menos que mis sonrisas, y siento algo de alivio.
Debate. Salir a caminar en esta noche de lluvia, de lluvia de diciembre. Las gotas caerán en las llagas que quedaron de aquel tiempo. Correrán por las venas casi abiertas, casi compitiendo con los eritrocitos por el espacio, con la hemoglobina por el oxígeno. Filtrarán. Humedad en el alma. No. Mi alma ya tuvo demasiada septicemia sentimental, ya tuvo demasiada fiebre emocional, ya tuvo demasiadas convulsiones. Debe hacer reposo. 48 hs. en cama, un té con miel al despertar y otro a media tarde. Y quizá sane. “La humedad no es buena para el alma”, pienso. Y me digo a mi mismo que sí. “Que tanta humedad me hará mal”.
Camino. Ya estoy caminando por las veredas angostas de baldosas flojas de San Miguel de Tucumán. Salí sin paragüas (lo olvidé en un bondi hace tiempo y no compré otro por eso de que “A Little rain never Hurts no one”) y con un par de sueños en la mano izquierda. Pero tropiezo y caen al agua que corre por el costado de la calle, debajo del cordón cuneta. Vacilo. Intento tomarlos de nuevo, pero me detengo en el último momento para dejarlos escapar. Quizá a otro les sirvan más que a mí. “Después de todo vivir sin sueños se puede”, me digo. “Basta con ver a la gente caminando”. Pero no. En realidad me equivoqué: la gente vive en sueños, no sin ellos. Qué más da. La corriente ya los ahogó.
Silencio. Las gotas caen en silencio. Yo las miro caer en silencio. Las veo estrellarse en silencio, despedazarse en otras gotas satélites, éstas hijas de las primeras, y que comparten el destino de sus progenitores: nacer para caer, para caer, para caer, para caer, para caer. Caer. Caer.
¿Será que acaso soy una gota?


jueves, febrero 09, 2012

Esther Amalia Dalbesio. Te fuiste en paz de entre nosotros. Y de mí ¡Gracias Mamá!


    
Mamá falleció el 7 de enero, en una soleada y calurosa mañana de verano. Falleció en la cama de un Hospital, luego de estar 15 días en la Unidad de Terapia Intensiva para pacientes en estado crítico. A las 10:30 como consta en su Acta de Defunción. Causa: Paro Cardiorrespiratorio.
Se fue de este mundo en silencio, como estuvo sus últimos 15 días. Apenas un día, o dos, quizá haya reconocido mi voz cuando le hablaba mientras le peinaba sus cabellos, gesto que solía hacerlo cuando yo era chiquitito en edad. “Vení Mamá, que te voy a lavar el pelo” le decía, y me pasaba largo rato con el peine y el cepillo (el mismo que Ella usaba conmigo cuando yo era bebé, y que atesoro hoy en día) acariciando sus negros cabellos, esos mismos que, a sus 57 años, casi no tenían otros plateados entremezclados. Eran tan suaves, tan finos como hermosos.
Siempre me preguntaré qué habrá sentido Ella, en esos 15 días de casi total inconsciencia ¿Se habrá sentido sola? ¿Habrá querido llorar? ¿O habrá conocido algún lugar que, a los que seguimos en esta realidad no está vedada la entrada? ¿Habrá entrado en los sueños de algún/a alguien para despedirse? Preguntas. Preguntas. Preguntas respondidas a medias, sin certezas, sin seguridades.
Esa es la parte más dura para nosotros, a los que nuestra mente todo quiere entender. Porque los que se van, se llevan las respuestas a las preguntas que nosotros formulamos, en un cuasi acto de masoquismo. Porque sabemos de antemano que las respuestas serán provisorias, inconclusas, plagadas de quizás y faltas de certezas.
Hoy escribo desde mi casa natal, esa misma en la que Mamá vivió sus últimos 24 años, más o menos, y la que yo abandoné por mis estudios hace 6. Y todo me recuerda a Ella. Y mi mente se niega a dejarla ir. Busco cosas que tengan su huella, para poder sentirla conmigo. Pero he de aprender a sentirla conmigo de otra forma. Porque creo que su alma ahora es libre de las ataduras de este mundo y su realidad, de las cadenas que envolvemos en derredor nuestro mientras dura lo que dura nuestra estancia por estas tierras… Ella ahora tiene la oportunidad de volver a jugar…
Ella nunca tuvo temor a morir. Siempre lo dijo, siempre me lo enseñó. Y sé que no lo tuvo. Porque lo vi en sus ojos, cuando nos apretamos las manos y emprendimos la travesía que duró esos 15 días. Esta vez, Ella se fue y yo fui el que se quedó a despedirla. Subió al tren sin palabras de despedida, sin darse vuelta a mirar, sin pegar su mano en el vidrio de la ventana del “runaway train”… Quizá porque, después de todo, algún vacío habrá sentido al saber que debía emprender su viaje sola, sin aquellos a los que nos regaló su luz todos estos años. A mí me la regaló por 23 años, y sólo me quedan palabras de agradecimiento para con Ella.
Sé que nuestras almas se han de encontrar más adelante… Porque hoy el tiempo ya no es mucho, porque hoy el tiempo ya no es poco, porque hoy el tiempo ya no es tiempo…
¡Gracias por TODO Mamá!
¡Te Amo!

Carlos Marcelo Bustos
(7 – Febrero – 2012).