viernes, agosto 26, 2011

Ella no era Ella. ¿Y yo, era Yo?

Tus manos corrían algunos cabellos, que impulsados por quizá sus propios deseo, estaban posados en la comisura de tus labios – y no los culpo, porque los entiendo; yo haría lo mismo – Perdón. Sus manos. Aún creo ella es Ella.

Los mismos gestos en su rostro; la misma sonrisa que ilumina a las personas. Pero ella no era Ella. Creí que me era imposible recordar su rostro, hasta que la vi, creyendo que ella era Ella. Pero ella no era Ella. Sus mismos ojos marrones, cristalinos, húmedos de vida y poco amor, cegados quizá por el recuerdo de todo lo que es, por todo lo que no fue. Esos ojos que creían que, después de todo, todo es nada. Que todo termina siendo la suma algebraica de momentos que dan por resultado nada.

Las mejillas rosadas de tanto sentimiento arraigado al deseo etéreo, de tantos recuerdos friccionados contra el pecho. Y contra la cara interna de los párpados. “Me tatuaría tu rostro dentro de mis párpados para verte cada noche al dormir”. Quizá ella, que no era Ella, estaba pensando en ello. O seguramente no. Porque fue Ella quien lo dijo, no ella.

Podía escuchar su corazón latir acalambrado, exhausto de tanto latido abatido, ahogado en lo salado de lágrimas estériles, abotagado de tanta vena sangrante. Pudiendo entender que tapar y callar nunca resuelve nada, pero se camufla como la mejor solución posible. Escapar. Ella no era ella.

“No sé quién pueda comprobar si todo es una foto”. No sé. Pero ese momento era una foto. Sentada ella, o Ella, no sé. Sentado yo. Enfrentados ambos. Vernos sin sentirnos. Los dos pares de ojos buscando otros dos pares de ojos. Pero encontrando nada, como siempre.

Tengo la seguridad que ella, no queriendo serlo, era Ella.