Nunca llega a una posición fija de las agujas, sino que se aparece entre un intervalo acotado de minutos, entre las 8 y las 9 de la noche. Tampoco toca el timbre, ni aplaude para anunciarse. Simplemente cuando menos cuenta me doy, ya está por ahí. Quizá viene porque desea encontrar algo de calor – quizá escuchó aquella canción que reza “pero a veces hasta el más idiota merece un poco de calor” – o quizá viene porque encuentra algún punto en común entre nosotros. Y cuando viene camina por aquí y por allá. Se entremezcla en los recuerdos ya embalados y abre las cajas de la memoria.
…Y puedo vernos acostados sobre aquel empedrado, sobre elevado, sobre uno de los laterales de la ruta, en esa magnífica circunvalación gris, viendo las estrellas, riendo y haciéndonos promesas que depositamos en el viento. Aunque más tarde, llegué a saber que las golondrinas, al igual que el viento, juegan, se arremolinan, pasan sobre nuestras cabezas, pero siempre vuelven. El viento pasa y nunca vuelve.
… Abre otra caja y puedo vernos en aquella tarde gris, de lluvia, en febrero, queriéndose escapar hacia la lluvia y yo impidiendo que se moje; en un tierno tire y afloje, frente a los ojos de gente que nos tomaba quizá por adolescentes divertidos, otros por adolescentes enamorados y otros simplemente por dos estúpidos, hasta que todo condensó en una caída y risas estallando a mares. Y besos.
Pero ya mi mirada no es la misma y se dio cuenta. Porque jugar con recuerdos es casi jugar con nafta y fósforos. Pero qué le puedo decir, si viene porque quizá se siente a gusto a jugar con mis recuerdos.
…Otra caja abierta. Estamos sentados en los primeros asientos del ómnibus; Tú recostada un poco en mí, adormecida por el vaivén propio del viaje, yo mirándote descansar. Tus ojos cerrados, tus labios rosados, dejando entrever algún dejo de sensación placentera, tus mejillas tersas, suaves y blancas como su propia alma.
Ya eso de revolver tan frenéticamente en cajas de recuerdos ajenos no es tan placentero y cuando el placer comienza a desaparecer, crece de manera directamente proporcional la impaciencia. Sin embargo, no se amedrenta de mis gesticulaciones y continúa en lo suyo.
…Ahora nos veo caminando, tomados de la mano, por aquellas calles de las que nunca supe su nombre ni su numeración, en aquella tarde nublada, señalándome todos los negocios en los que a diario comprabas cosas. Y mucho más no recuerdo pues a las frases casi no te las dejaba terminar porque te las interrumpía con mis besos, quizá inoportunos, sin embargo añejos de pasión.
Y miro el reloj. Y son las 8:40 PM. Y no llegó. Y creo que ya no llegará. No esta vez. Hoy la Melancolía habrá encontrado alguien más a quien hacer recordar y “sería una pena que un día me dieras por muerto (…) y me dejaras un tajo en la cara y un viaje al dolor por condena…”, como dirían los de Callejeros…