domingo, mayo 15, 2011

Melancolía

Nunca llega a una posición fija de las agujas, sino que se aparece entre un intervalo acotado de minutos, entre las 8 y las 9 de la noche. Tampoco toca el timbre, ni aplaude para anunciarse. Simplemente cuando menos cuenta me doy, ya está por ahí. Quizá viene porque desea encontrar algo de calor – quizá escuchó aquella canción que reza “pero a veces hasta el más idiota merece un poco de calor” – o quizá viene porque encuentra algún punto en común entre nosotros. Y cuando viene camina por aquí y por allá. Se entremezcla en los recuerdos ya embalados y abre las cajas de la memoria.

…Y puedo vernos acostados sobre aquel empedrado, sobre elevado, sobre uno de los laterales de la ruta, en esa magnífica circunvalación gris, viendo las estrellas, riendo y haciéndonos promesas que depositamos en el viento. Aunque más tarde, llegué a saber que las golondrinas, al igual que el viento, juegan, se arremolinan, pasan sobre nuestras cabezas, pero siempre vuelven. El viento pasa y nunca vuelve.

… Abre otra caja y puedo vernos en aquella tarde gris, de lluvia, en febrero, queriéndose escapar hacia la lluvia y yo impidiendo que se moje; en un tierno tire y afloje, frente a los ojos de gente que nos tomaba quizá por adolescentes divertidos, otros por adolescentes enamorados y otros simplemente por dos estúpidos, hasta que todo condensó en una caída y risas estallando a mares. Y besos.

Pero ya mi mirada no es la misma y se dio cuenta. Porque jugar con recuerdos es casi jugar con nafta y fósforos. Pero qué le puedo decir, si viene porque quizá se siente a gusto a jugar con mis recuerdos.

…Otra caja abierta. Estamos sentados en los primeros asientos del ómnibus; Tú recostada un poco en mí, adormecida por el vaivén propio del viaje, yo mirándote descansar. Tus ojos cerrados, tus labios rosados, dejando entrever algún dejo de sensación placentera, tus mejillas tersas, suaves y blancas como su propia alma.

Ya eso de revolver tan frenéticamente en cajas de recuerdos ajenos no es tan placentero y cuando el placer comienza a desaparecer, crece de manera directamente proporcional la impaciencia. Sin embargo, no se amedrenta de mis gesticulaciones y continúa en lo suyo.

…Ahora nos veo caminando, tomados de la mano, por aquellas calles de las que nunca supe su nombre ni su numeración, en aquella tarde nublada, señalándome todos los negocios en los que a diario comprabas cosas. Y mucho más no recuerdo pues a las frases casi no te las dejaba terminar porque te las interrumpía con mis besos, quizá inoportunos, sin embargo añejos de pasión.

Y miro el reloj. Y son las 8:40 PM. Y no llegó. Y creo que ya no llegará. No esta vez. Hoy la Melancolía habrá encontrado alguien más a quien hacer recordar y “sería una pena que un día me dieras por muerto (…) y me dejaras un tajo en la cara y un viaje al dolor por condena…”, como dirían los de Callejeros…

martes, mayo 03, 2011

Entre Victoria Francés y la Realidad

Si entras a mi habitación me verás sentado en el suelo, a la par de la cama. En el regazo estará mi guitarra, que quizá es lo único que es de mi propiedad, sin tener en cuenta aquella tristeza astral que vaga por cada una de las fisuras de mi alma; que a veces gana la batalla interna y se enarbola gloriosa llevando en su mano derecha la espada de la victoria con la que desgarra cualquier intento de sofocarla con alguna idiota aventura; y en su mano izquierda algún pedazo de mi propia identidad, sobre la que se autoproclama dueña y Señora. “Es tan fácil romper un corazón” grita un Miguel Mateos encerrado en los speakers.

Mi mano derecha sostendrá algún recuerdo añejo como las Lavandas de Fulton y que aun intento evitar que se oxide, de tanta lágrima concentrada que dejo caer de vez en siempre. Y una vez que el óxido gana la partida, y se propaga, más dolor genera. Porque en un intento de borrarlo, los abrasivos desgarran la carne frágil.

Mi mano izquierda retendrá los acordes menores de una canción oscura, inspirada en algún tema de The Cure quizá, pero que tomé la historia como propia y en la que me desangro un poco cada vez que la toco. “I know i'll never really get inside of you / to make your eyes catch fire”.

Sobre la cabecera de la cama, en la pared, estará colocado un dibujo de Victoria Francés, de esos en las que se puede ver a una chica gótica llorando lágrimas hemoglobinizadas sobre alguna tumba pétrea y fría, escudriñada por un oportuno cuervo azabache de ojos penumbrosos, y que lleva en sus plumas el polvo de una montaña de amores erosionados, de esos que alguna vez fueron y que hoy no lo son.

El aire emponzoñado de melancolía, cargado de estridulaciones que lamentan los designios de dioses malévolos, acompaña la instantánea. Si tienes suerte, por la ventana podrás ver la Luna. Esa Luna en la que a veces cuando la veo fijo, desde adentro, jamás desde afuera, me parece ver el rostro de ese destino burlarse de las llagas que marcan mi alma y que intento suturarlas con algunos hilos de arañas curiosas, que anidan en los cajones de una memoria de recuerdos polimerizados en una masa amorfa y sin sentido.

Si te veo entrar por esa puerta, sabré que por fin he cambiado de mundo y que ahora volvemos a estar en el mismo. Hasta quizá, como recompensa, algún periódico me dedique algunas páginas…