Mamá falleció el 7 de enero,
en una soleada y calurosa mañana de verano. Falleció en la cama de un Hospital,
luego de estar 15 días en la
Unidad de Terapia Intensiva para pacientes en estado crítico.
A las 10:30 como consta en su Acta de Defunción. Causa: Paro Cardiorrespiratorio.
Se fue de este mundo en
silencio, como estuvo sus últimos 15 días. Apenas un día, o dos, quizá haya
reconocido mi voz cuando le hablaba mientras le peinaba sus cabellos, gesto que
solía hacerlo cuando yo era chiquitito en edad. “Vení Mamá, que te voy a lavar
el pelo” le decía, y me pasaba largo rato con el peine y el cepillo (el mismo
que Ella usaba conmigo cuando yo era bebé, y que atesoro hoy en día) acariciando
sus negros cabellos, esos mismos que, a sus 57 años, casi no tenían otros
plateados entremezclados. Eran tan suaves, tan finos como hermosos.
Siempre me preguntaré qué
habrá sentido Ella, en esos 15 días de casi total inconsciencia ¿Se habrá
sentido sola? ¿Habrá querido llorar? ¿O habrá conocido algún lugar que, a los
que seguimos en esta realidad no está vedada la entrada? ¿Habrá entrado en los
sueños de algún/a alguien para despedirse? Preguntas. Preguntas. Preguntas
respondidas a medias, sin certezas, sin seguridades.
Esa es la parte más dura para
nosotros, a los que nuestra mente todo quiere entender. Porque los que se van,
se llevan las respuestas a las preguntas que nosotros formulamos, en un cuasi
acto de masoquismo. Porque sabemos de antemano que las respuestas serán
provisorias, inconclusas, plagadas de quizás y faltas de certezas.
Hoy escribo desde mi casa
natal, esa misma en la que Mamá vivió sus últimos 24 años, más o menos, y la
que yo abandoné por mis estudios hace 6. Y todo me recuerda a Ella. Y mi mente
se niega a dejarla ir. Busco cosas que tengan su huella, para poder sentirla
conmigo. Pero he de aprender a sentirla conmigo de otra forma. Porque creo que
su alma ahora es libre de las ataduras de este mundo y su realidad, de las
cadenas que envolvemos en derredor nuestro mientras dura lo que dura nuestra
estancia por estas tierras… Ella ahora tiene la oportunidad de volver a jugar…
Ella nunca tuvo temor a morir.
Siempre lo dijo, siempre me lo enseñó. Y sé que no lo tuvo. Porque lo vi en sus
ojos, cuando nos apretamos las manos y emprendimos la travesía que duró esos 15
días. Esta vez, Ella se fue y yo fui el que se quedó a despedirla. Subió al
tren sin palabras de despedida, sin darse vuelta a mirar, sin pegar su mano en
el vidrio de la ventana del “runaway
train”… Quizá porque, después de todo, algún vacío habrá sentido al saber
que debía emprender su viaje sola, sin aquellos a los que nos regaló su luz
todos estos años. A mí me la regaló por 23 años, y sólo me quedan palabras de
agradecimiento para con Ella.
Sé que nuestras almas se han
de encontrar más adelante… Porque hoy el tiempo ya no es mucho, porque hoy el
tiempo ya no es poco, porque hoy el tiempo ya no es tiempo…
¡Gracias por TODO Mamá!
¡Te Amo!
Carlos Marcelo Bustos
(7 – Febrero – 2012).