Sentados uno enfrente del otro le pregunté:
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¿Cuántas historias podían caber en tu pocillo de café?
¿Cuántas caricias cabían entre tus manos? ¿O cuántos besos podías esconder
entre tus labios? ¿Cuántas miradas mías recordaban tus recuerdos? ¿Cuántas
palabras se enredaban en tu garganta? ¿O cuántas habías olvidado sobre tu
almohada? ¿Cuántos sueños hibernaban en el cuarto cajón de tu cómoda?
Ella nunca
respondió. Pero logré entender que todo eso, y más aún, cabía en uno solo de
sus silencios…