sábado, agosto 21, 2010

de azahares...

Ambos caminaban por la misma vereda, en la misma dirección, pero en sentidos opuestos. Y siguieron haciéndolo. Así fue como caminaron hasta ocupar la misma baldosa. Con un beso anhelado se saludaron. Como sintiéndose sonrojado, aquel naranjo, que les regalaba su sombra sin esperar retribución alguna, les dejó caer una de sus flores que por obra de vaya a saber qué fuerza invisible y del viento mismo se posó sobre los cabellos de Ella. Cuando el beso terminó y ambos se alejaron un poco para verse los ojos, él se dio cuenta de aquel presente entregado en el más hermoso de los silencios; y sonrió, y Ella se percató del azahar en su cabello y también sonrió. Y volvieron a besarse, sintiendo el aroma de aquel precioso regalo del olvidado naranjo. Luego se abrazaron y miraron al naranjo, que ya no tenía nada de olvidado, pues él y Ella posaron su mirada en aquel fruto de la naturaleza misma. Y se sintió sonrojado una vez más, aunque también agradecido por el amor que él y Ella dejaban escapar de sí mismos, haciendo de esa tarde soleada un momento único. Y agradecido por tanto cariño entregado y ayudado por una brisa bienaventurada, les entregó un azahar más, que ambos esperaron hasta que suavemente se posó en sus manos, y lo acunaron como a un precioso y frágil regalo. Una mirada más y él y Ella se despidieron de aquel ya no olvidado naranjo, porque cada vez que él y Ella caminan delante de él se detienen, le regalan una mirada, y él, Ella y el naranjo sonríen.

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